¿El ultimo Papa? Profecia, poder y el ascenso del Papa negro
La muerte del Papa Francisco no solo marca el fin de un pontificado. Es el cierre de un ciclo. Un punto de inflexión que muchas fuerzas —visibles y ocultas— esperaban con ansias. Porque lo que viene no es solo la elección de un nuevo líder religioso. Lo que viene es una batalla simbólica por el alma del mundo.
Mientras las cámaras enfocan la chimenea de la Capilla Sixtina, en las sombras se activa el verdadero cónclave: aquel en el que las élites, los poderes supranacionales y los arquitectos del Nuevo Orden Mundial deciden quién ocupará la silla de Pedro, o lo que queda de ella.
El Cardenal Sarah: ¿Pastor tradicional o ficha perfecta?
Uno de los nombres que suena con más fuerza es el del cardenal Robert Sarah. Conservador, silencioso, africano. Todo lo contrario a Francisco. Para muchos, una esperanza de restauración. Para otros, el cumplimiento de una profecía temida desde hace siglos: la llegada del “Papa Negro”.
La leyenda dice que cuando un Papa negro ascienda al trono de Roma, el mundo entrará en sus últimos días. Pero ¿y si esa profecía no es literal, sino simbólica? ¿Y si se refiere al cierre definitivo del ciclo cristiano, y al inicio de una era espiritual completamente nueva, dirigida no por la fe, sino por la tecnología, el transhumanismo y el control mental?
Sarah es el candidato ideal: tradicional en apariencia, pero funcional para las élites. Su elección marcaría el fin del progresismo superficial, para dar paso al misticismo útil: el que calma, el que obedece, el que bendice el orden establecido.
Creer que los cardenales votan libremente es como creer que los presidentes gobiernan de verdad. La Iglesia, hace mucho, fue tomada por intereses geopolíticos, bancarios y globalistas. El Banco Vaticano, las relaciones con China, los pactos con la ONU son más relevantes que el Evangelio en la balanza del poder. El próximo Papa será, ante todo, funcional. No importa si viene de África o de Marte. Lo que importa es si obedecerá la agenda.
Francisco jugó su rol. Relativizó dogmas, normalizó lo anormal, abrió la puerta al ecumenismo extremo y al sincretismo ideológico. Fue el Papa de la ONU, del Foro Económico Mundial, de las vacunas y del clima. Un Papa global. Pero toda obra necesita un cierre. Y ese cierre podría tener rostro africano. No como símbolo de inclusión, sino como último acto en la obra de deconstrucción.
No importa quién sea el próximo Papa si seguimos esperando salvadores. No habrá líder religioso, político o espiritual que venga a sacarnos del agujero si no despertamos primero de la hipnosis colectiva. Las señales están por todas partes. La Matrix tiembla y muchos no lo notan, porque siguen mirando la pantalla, esperando humo blanco.
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