El nuevo pecado original: ser humano



En los últimos años, un relato dominante ha comenzado a tomar un giro inquietante: Los medios, las celebridades, los científicos pagados y hasta las instituciones educativas han empezado a sembrar la idea —casi dogmática— de que el ser humano es el cáncer del planeta, el responsable de todas las tragedias ecológicas, del colapso ambiental y del inminente apocalipsis climático.

Pero, ¿cuándo comenzó esta narrativa? ¿Y por qué ahora se intensifica?

De la conciencia ecológica al odio hacia la vida humana

Lo que en principio parecía una legítima preocupación por el medio ambiente ha mutado en una campaña agresiva de desprecio hacia la existencia misma del ser humano. Nos dicen que tener hijos es irresponsable, que traer vida al mundo es un acto egoísta. Se glorifica la soledad, se promueven estilos de vida desconectados del amor humano y del concepto de familia, y se refuerza la idea de sustituir vínculos reales por mascotas, tecnología o "autoamor".

Todo esto no es casual. Es una ingeniería social cuidadosamente diseñada.

Una élite que quiere menos humanos, pero más controlables

La élite tecnocrática, esos grupos invisibles que mueven los hilos del sistema desde las sombras, han comprendido que una población grande es más difícil de controlar, más impredecible, más caótica. Una población reducida, por el contrario, es más fácil de manipular, de monitorear y de contener.

Y así lo han dicho abiertamente. Desde los escritos del Club de Roma en los años 70, hasta las declaraciones de figuras influyentes como Bill Gates, se ha venido hablando de la "necesidad" de reducir la población mundial para "salvar al planeta".

¿Salvarlo de qué? ¿De nosotros?

Una guerra silenciosa: no con bombas, sino con ideas

Ya no hace falta una guerra mundial con armamento nuclear. Ahora la guerra es silenciosa. Se combate desde las aulas, las pantallas, los influencers, los algoritmos. Se trata de una guerra psicológica, que penetra en las mentes de millones para que ellos mismos se nieguen a reproducirse, para que abracen la idea de su extinción voluntaria como un acto de virtud. Como la mejor manera de salvar al mundo!!!

Se glorifican estilos de vida estériles, se premia el hedonismo individualista, y se castiga la maternidad o la paternidad como si fueran lastres de otro siglo.

Mientras tanto, las tasas de natalidad en Occidente colapsan, las familias desaparecen, y la soledad se convierte en la nueva pandemia silenciosa.

¿A dónde nos lleva todo esto?

La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿a quién le conviene un mundo sin familias, sin niños, sin esperanza colectiva? ¿Quién gana si el futuro de la humanidad se vuelve un paisaje solitario, urbano, artificial, con humanos conectados a pantallas pero desconectados entre sí?

La respuesta no está en un solo nombre, ni en un solo país, pero la pista siempre lleva al poder.

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