El descontento programado.
Durante años fuimos llamados "Conspiranoicos". Nos acusaron de difundir mentiras, de vivir en una burbuja de teorías conspirativas carentes de sentido. Hoy, una tras otra, esas “locuras” están viendo la luz. Lo que alguna vez fue clasificado como fake news, hoy se presenta como verdad cruda en los titulares de los mismos medios que antes negaban todo.
¿Quién no recuerda cómo se ridiculizaba a quienes hablaban del 11 de septiembre como un autoatentado? ¿O cómo tachaban de paranoicos a quienes afirmaban que las vacunas, en especial las del COVID-19, podían provocar efectos secundarios graves? ¿Qué pasó con el asesinato de JFK? ¿Y con los chemtrails que decían "solo eran vapor"? Hoy la historia se está reescribiendo… y no precisamente desde la verdad, sino desde la conveniencia del poder.
Uno de los casos actuales más emblemáticos es el de Jeffrey Epstein. Durante la campaña presidencial de Donald Trump, se habló insistentemente sobre la famosa "Lista Epstein", una bomba mediática que prometía sacudir los cimientos de las élites políticas, empresariales y de entretenimiento a nivel global. Sin embargo, pese a los anuncios grandilocuentes, la lista jamás fue publicada en su totalidad. El caso fue cerrado con un silencio tan sospechoso como indignante, y la mayoría de los implicados –grandes peces del sistema– siguen en libertad, protegidos por un manto de impunidad construido por los mismos medios que nos llaman conspiranoicos.
Y más recientemente, vemos cómo salen a la luz escándalos sexuales que salpican a personajes públicos como Puff Daddy, dejando entrever una red oscura de tráfico, manipulación y abuso en lo más alto del entretenimiento global. ¿Son estos escándalos filtraciones genuinas o parte de una estrategia de distracción? ¿Nos están mostrando lo suficiente para generar descontento, pero no lo bastante como para cambiar realmente las cosas?
Todo parece apuntar a una nueva fase del juego. Una operación masiva de desilusión global. Ya no se trata de ocultar la corrupción, sino de exponerla de forma dosificada, dejando que las personas se sientan traicionadas, manipuladas, incluso indignadas... pero nunca empoderadas. ¿El objetivo? Alimentar un sentimiento colectivo de frustración e impotencia.
Con eso, el terreno está preparado. Millones de ciudadanos pidiendo a gritos un cambio. No uno superficial, sino uno total, estructural, radical. Y justo ahí es donde entra la trampa: ofrecer soluciones que en realidad son jaulas doradas. Nuevos modelos de gobernanza global, con promesas de orden, seguridad, transparencia y estabilidad, pero con un precio alto: el fin de las libertades individuales, el aumento de la vigilancia masiva y la completa centralización del poder en manos de una élite intocable.
¿Acaso no lo ves venir?
Nos han bombardeado por décadas con entretenimiento hueco, distracciones digitales, escándalos mediáticos, polarización política y pandemias controladas. Y ahora, cuando el telón empieza a caer, cuando los secretos se filtran y las máscaras se derrumban, nos preparan para aceptar sin resistencia el más grande de los engaños: que el caos fue espontáneo y que el nuevo orden es nuestra única salvación.
Pero no lo es.
Es el plan final.
Y está más cerca de lo que creemos.
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